Hasta hace poco, en 1998, aún era posible hacer una excursión hacia el centro de la tierra, aquí en la mina de Schwager. No hacia falta viajar a Islandia y meterse entre oquedades y respiraderos de extintos volcanes, como lo imaginara Julio Verne. Tampoco sería asunto de supervivencia esperar una erupción de Vesubio para emerger desde las entrañas de la tierra, luego de lidiar con espantosos monstruos antidiluvianos.
Nada de esos venturosos peligros estaban contemplados en la excursión que era posible hacer cuando Negocios Forestales mantenía en funciones el acceso a las instalaciones mineras de Arenas Blancas, cuando su cabría aún resistía la corrosión del aire salino maulino. Novecientos quince metros bajo el nivel del mar en vertiginosa carrera vertical era el inicio de una excursión de satisfacción garantizada. Ya enfrentados a la gigantesca catedral que era la galería principal podíamos montar los carros carboneros y viajar entre los esquitos micáceos, que tienen unos 400 millones de años desde su formación geológica y que colorean las galerías y túneles con toques verdosos. Durante el trayecto era posible observar a largos intervalos algunos pedruscos negros, se trata de carbón, objeto de toda esa obra monumental que consistió en hacer productiva la mina más profunda de estos lados del mundo.
La Mina de Schwager tenía todos sus laboreos bajo el nivel del mar. En 1944, se decidió la construcción de dos piques de 6.7 metros de diámetro por donde se extraería el mineral. Estos piques, construidos a “ñeque” al excavar arena de los primeros 12 metros y arcilla dura en los siguientes, supusieron bastantes dificultades. Incluyeron la desviación de la vertical y achique de agua hasta reducirla a 7 galones por minuto. Finalmente se llegó a la arenisca (nivel -15) y luego al esquito micáceo (nivel -46) roca dura e impermeable que requirió de nuevas técnicas para domeñarla. Al llegar a este nivel, los piques fueron excavados a 7,9 metros de diámetro, con el objeto de aplicar 50 centímetros de mampostería y 10 centímetros de relleno.
El avance en la roca se hizo con explosivos. Cada término consistía en hacer 50 a 60 agujeros de 2 metros de profundidad, cargados con 150 a 200 libras de gelatina al 60 por ciento. Se usaron detonadores de retardo con intervalos del N° 0 al N° 5. La roca despanzurrada por las tronaduras de los tiros, llamada tosca, era cargada a mano en capachos de 1000 litros de capacidad y halada a la superficie. El personal a cargo de esta tarea consistía en 12 hombres por turno. Había tres turnos y todos estaban entrenados para hacer completa la operación. Es importante destacar, y en esto los chilenos lo hacen bien, ninguno de los trabajadores tenía experiencia previa en la construcción de piques. Tampoco debe olvidarse que al momento de las obras, el mundo pasaba la más cruenta conflagración que se recuerde, la segunda guerra mundial. Todos los recursos de la técnica e industria mundial estaban dedicados a la guerra, en consecuencia, los responsables de esta obra de titanes debieron improvisar todos los equipos y maquinarias.
Los piques fueron concluidos en 1951, y el sumidero del pique N° 1, se terminó en 1955, a la profundidad de 955 metros. Todo este trabajo fue posible sólo con la concurrencia de personal de la Mina Schwager. Luego se hicieron las galerías principales. Se instaló la maquinaria importada: Huwood, Siemens-Schuckert, Mayor and Coulson, Samson para la explotación, locomotoras a baterías eléctricas Wingrove y Rogers y sus líneas, instrumental de operación eléctrico, aireadores Koepe esenciales para aventar los infernales efectos del gas grisú y todo lo necesario para hacer la extracción –además de las instalaciones de superficie- que se iniciaría en 1959.
Los planes de aquella época contemplaban una producción ininterrumpida de 1.500.000 toneladas de carbón anuales, y una producción diaria de 6.000 toneladas. Para tener un parámetro, hoy en día, las Minas (Pirquenes) de Buen Retiro producen 3.500 toneladas mensuales. Los ejecutivos de las Minas de Schwager consideraban que en 1961, la producción descendería a 800.000 toneladas anuales o un promedio diario de 3.000, esto por el significativo alejamiento de los frentes de laboreo y agotamiento de los mismos. Más tarde se descubrió que los mantos carboníferos de Schwager no superaban los 70 centímetros de altura, una potencia en mantos que Lota superaba con largueza sobre el metro de altura, por ese motivo a los mineros de Schwager los lotinos les decían en mofa “cholloncos”.
Sin embargo, en 1956, se consideraba que existían grandes reservas al noroeste de Buen Retiro. Allí la minera Schwager mantenía una concesión de 9.575 hectáreas y unas 49.340.000 de toneladas de carbón. Pero, en esos días y hasta hace poco se pensaba, que el carbón había completado su ciclo, ya que el mundo industrial moderno había ido cambiando su matriz energética por la energía que produce la combustión del petróleo. Grandes compañías e intereses sobre la geografía del mundo dieron con una llave de combustible abundante y barato del que todos alguna vez nos beneficiamos. En esas condiciones, nuestro carbón no pudo competir en precios con similares producidos bajo otras realidades sociales. Llegó el ocaso y se apagó el carbón. Insensatos, hoy nuestros problemas energéticos podrían tener mejores soluciones, junto con el desarrollo de nuestra región. No vimos como lo entienden los chinos, quienes piensan que los recursos están para ser utilizados, y aún hoy mantienen en servicio sus viejas locomotoras a carbón junto a modernas centrales termoeléctricas.
El mineral extraído ayudó eficazmente a la industrialización nacional. La gente que vivió directa o indirectamente del carbón formó familias, educó hijos y hoy contempla la transformación del otrora mineral Coronel en una ciudad de recursos misceláneos. Queda poco del pasado, incluso del casi inmediato. La ciudad minera heredó escasos bienes del carbón y se encuentran repartidos con descuido, en muchos casos. Una excepción es Maule, donde el patrimonio urbanístico es único y particular para cualquier lugar de Chile.
Es cierto que el único monumento formal a los pioneros es la magnífica estatua de Don Federico Schwager que preside el ingreso a Maule, sin embargo el barrio está salpicado de monumentos al trabajo: la mina de Schwager, inundada y sin accesos, el Chiflón Santa María frente a la playa de Maule, anclas tipo almirantazgo y un pique de ventilación derruido frente a la Caleta Maule. Son parte de la historia local y que por su enorme incidencia en lo que fue la economía global y social del país, se hacen museo vivo de uno de los aspectos de la minería del carbón chileno.
Si hoy pudiéramos volver a bajar a las entrañas de la tierra, sentiríamos el calor del gradiente geotérmico, oiríamos el estruendo de las corridas de los carros, las máquinas neumáticas percutiendo las duras rocas entre las voces de los mineros de ayer. Sentiríamos el sudor de la tierra, del pan extraído a golpes de voraces barrenos y palas mecánicas. Sentiríamos todo el peso del mar sobre nuestras cabezas, allá, a casi mil metros de profundidad en la oscuridad de la mina ¡Cuántas vidas latiendo sus corazones al unísono por esos laberintos de piedras y oquedades hoy vacías para siempre!
JMHA.
Nada de esos venturosos peligros estaban contemplados en la excursión que era posible hacer cuando Negocios Forestales mantenía en funciones el acceso a las instalaciones mineras de Arenas Blancas, cuando su cabría aún resistía la corrosión del aire salino maulino. Novecientos quince metros bajo el nivel del mar en vertiginosa carrera vertical era el inicio de una excursión de satisfacción garantizada. Ya enfrentados a la gigantesca catedral que era la galería principal podíamos montar los carros carboneros y viajar entre los esquitos micáceos, que tienen unos 400 millones de años desde su formación geológica y que colorean las galerías y túneles con toques verdosos. Durante el trayecto era posible observar a largos intervalos algunos pedruscos negros, se trata de carbón, objeto de toda esa obra monumental que consistió en hacer productiva la mina más profunda de estos lados del mundo.
La Mina de Schwager tenía todos sus laboreos bajo el nivel del mar. En 1944, se decidió la construcción de dos piques de 6.7 metros de diámetro por donde se extraería el mineral. Estos piques, construidos a “ñeque” al excavar arena de los primeros 12 metros y arcilla dura en los siguientes, supusieron bastantes dificultades. Incluyeron la desviación de la vertical y achique de agua hasta reducirla a 7 galones por minuto. Finalmente se llegó a la arenisca (nivel -15) y luego al esquito micáceo (nivel -46) roca dura e impermeable que requirió de nuevas técnicas para domeñarla. Al llegar a este nivel, los piques fueron excavados a 7,9 metros de diámetro, con el objeto de aplicar 50 centímetros de mampostería y 10 centímetros de relleno.
El avance en la roca se hizo con explosivos. Cada término consistía en hacer 50 a 60 agujeros de 2 metros de profundidad, cargados con 150 a 200 libras de gelatina al 60 por ciento. Se usaron detonadores de retardo con intervalos del N° 0 al N° 5. La roca despanzurrada por las tronaduras de los tiros, llamada tosca, era cargada a mano en capachos de 1000 litros de capacidad y halada a la superficie. El personal a cargo de esta tarea consistía en 12 hombres por turno. Había tres turnos y todos estaban entrenados para hacer completa la operación. Es importante destacar, y en esto los chilenos lo hacen bien, ninguno de los trabajadores tenía experiencia previa en la construcción de piques. Tampoco debe olvidarse que al momento de las obras, el mundo pasaba la más cruenta conflagración que se recuerde, la segunda guerra mundial. Todos los recursos de la técnica e industria mundial estaban dedicados a la guerra, en consecuencia, los responsables de esta obra de titanes debieron improvisar todos los equipos y maquinarias.
Los piques fueron concluidos en 1951, y el sumidero del pique N° 1, se terminó en 1955, a la profundidad de 955 metros. Todo este trabajo fue posible sólo con la concurrencia de personal de la Mina Schwager. Luego se hicieron las galerías principales. Se instaló la maquinaria importada: Huwood, Siemens-Schuckert, Mayor and Coulson, Samson para la explotación, locomotoras a baterías eléctricas Wingrove y Rogers y sus líneas, instrumental de operación eléctrico, aireadores Koepe esenciales para aventar los infernales efectos del gas grisú y todo lo necesario para hacer la extracción –además de las instalaciones de superficie- que se iniciaría en 1959.
Los planes de aquella época contemplaban una producción ininterrumpida de 1.500.000 toneladas de carbón anuales, y una producción diaria de 6.000 toneladas. Para tener un parámetro, hoy en día, las Minas (Pirquenes) de Buen Retiro producen 3.500 toneladas mensuales. Los ejecutivos de las Minas de Schwager consideraban que en 1961, la producción descendería a 800.000 toneladas anuales o un promedio diario de 3.000, esto por el significativo alejamiento de los frentes de laboreo y agotamiento de los mismos. Más tarde se descubrió que los mantos carboníferos de Schwager no superaban los 70 centímetros de altura, una potencia en mantos que Lota superaba con largueza sobre el metro de altura, por ese motivo a los mineros de Schwager los lotinos les decían en mofa “cholloncos”.
Sin embargo, en 1956, se consideraba que existían grandes reservas al noroeste de Buen Retiro. Allí la minera Schwager mantenía una concesión de 9.575 hectáreas y unas 49.340.000 de toneladas de carbón. Pero, en esos días y hasta hace poco se pensaba, que el carbón había completado su ciclo, ya que el mundo industrial moderno había ido cambiando su matriz energética por la energía que produce la combustión del petróleo. Grandes compañías e intereses sobre la geografía del mundo dieron con una llave de combustible abundante y barato del que todos alguna vez nos beneficiamos. En esas condiciones, nuestro carbón no pudo competir en precios con similares producidos bajo otras realidades sociales. Llegó el ocaso y se apagó el carbón. Insensatos, hoy nuestros problemas energéticos podrían tener mejores soluciones, junto con el desarrollo de nuestra región. No vimos como lo entienden los chinos, quienes piensan que los recursos están para ser utilizados, y aún hoy mantienen en servicio sus viejas locomotoras a carbón junto a modernas centrales termoeléctricas.
El mineral extraído ayudó eficazmente a la industrialización nacional. La gente que vivió directa o indirectamente del carbón formó familias, educó hijos y hoy contempla la transformación del otrora mineral Coronel en una ciudad de recursos misceláneos. Queda poco del pasado, incluso del casi inmediato. La ciudad minera heredó escasos bienes del carbón y se encuentran repartidos con descuido, en muchos casos. Una excepción es Maule, donde el patrimonio urbanístico es único y particular para cualquier lugar de Chile.
Es cierto que el único monumento formal a los pioneros es la magnífica estatua de Don Federico Schwager que preside el ingreso a Maule, sin embargo el barrio está salpicado de monumentos al trabajo: la mina de Schwager, inundada y sin accesos, el Chiflón Santa María frente a la playa de Maule, anclas tipo almirantazgo y un pique de ventilación derruido frente a la Caleta Maule. Son parte de la historia local y que por su enorme incidencia en lo que fue la economía global y social del país, se hacen museo vivo de uno de los aspectos de la minería del carbón chileno.
Si hoy pudiéramos volver a bajar a las entrañas de la tierra, sentiríamos el calor del gradiente geotérmico, oiríamos el estruendo de las corridas de los carros, las máquinas neumáticas percutiendo las duras rocas entre las voces de los mineros de ayer. Sentiríamos el sudor de la tierra, del pan extraído a golpes de voraces barrenos y palas mecánicas. Sentiríamos todo el peso del mar sobre nuestras cabezas, allá, a casi mil metros de profundidad en la oscuridad de la mina ¡Cuántas vidas latiendo sus corazones al unísono por esos laberintos de piedras y oquedades hoy vacías para siempre!
JMHA.